Resulta de una inocencia descomunal creer que a cuarenta años de editado From Here To Eternity, primer álbum de Nick Cave And The Bad Seeds, se puede escribir o decir algo inedito sobre “su disco nuevo”, pues aunque sabemos que el señor al frente tiene básicamente dos modalidades bien definidas sobre las que va haciendo variaciones: bestia desaforada o crooner romántico-azotado, el conjunto ha abordado su hacer desde muchísimas perspectivas, del punk rock y rock gótico al garaje, de la no-wave y el noise rock al punk blues, del folk y el gospell al ambient, del dark cabaret y el slowcore al spoken Word, pero mas difícil aun es abordar sin sesgo la obra actual de Cave conociendo su trágica historia personal reciente.
Tras dos álbumes sumergidos en el profundo duelo, el grupo se dispone a continuar en movimiento, y tanto Nick Cave como su actual inseparable mancuerna Warren Ellis toman como es costumbre las riendas de la producción, con un concepto sonoro tan bien definido que solo un individuo podría haber cerrado el equipo técnico del modo en que se esperaba, por lo que dejaron la mezcla en manos de Dave Fridmann, además de contar con la participación del español Luis Almau tanto en el rol de ingeniero de sonido como de instrumentista, así como la de Colin Greenwood de Radiohead, una gran sección de cuerdas y metales y un conjunto de doce coristas.
Este decimoctavo disco del grupo tiene por completo un sentido grandilocuente, y si bien sus diez canciones siguen apelando a la atmósfera eucarística que permeaban ya a Skeleton Three y a Ghostseen, en esta ocasión salen de la gravedad funeraria para pasar a un estado de euforia total reforzado por la imponente presencia orquestal que entre cuerdas, alientos, percusiones, campanas y coros, ilumina toda la atmósfera que rodea al álbum de principio a fin, mientras Nick Cave en su modo mas crooner mas recita y se desgarra que canta, envuelto de una emoción desbordada.