DIIV - Frog in Boiling Water

DIIV

Everyone Out
Post-Punk, Noise Rock, Shoegaze

DIIV: Arrecifes de guitarra
"Más que una combinación de géneros, la música de DIIV es una combinación de recuerdos, una alusión de épocas. Las guitarras, los bajos, la batería y la voz juegan en sus canciones distintos papeles, dialogan para crear cosas nuevas."
Por: Alejandro Andonie

DIIV es un color raro, único, novedoso. No es azul, ocre, rojo, verde, sino azul-ocre-rojo- verde. Tiene progresiones de acordes oscuras que recuerdan a Echo and The Bunnymen. Las guitarras de su último disco nos hacen pensar en Sonic Youth. Las figuras del bajo recuerdan a bandas como Blink 182, Green Day. La batería junto con las guitarras puede evocar a Dick Dale, a los Atlantics, aunque se trate de raíces, de mera inspiración. Y no podríamos dejar a un lado los espejos del shoegaze: Ride, Jesus and the Mary Chain, My Bloody Valentine, ni del grunge: Nirvana.

Creo que lo padre de DIIV es que puede hacer un shoegaze y salirse con la suya. Porque al final de cuentas se trata de un estilo, y así como un tenista, por razones personales, decide su propio estilo de juego, un artista elige sus géneros, los movimientos con los que más se identifica y que muchas veces son con los que creció.

Por otro lado, algo que admiro de DIIV que quizá sea su rasgo más característico es que son capaces de fusionar elementos de distintos mundos. Por ejemplo, en Blankenship, Joy Division y Sonic Youth habitan el mismo espacio. Si lo comparamos con una pintura, la batería está fondo, un fondo ocre, la guitarra que hace un riff post-punk tan rojo del lado izquierdo, la voz es un cuadrado azul en el centro y a la derecha está la guitarra ruidosa, incontrolable, esa que es puro ruido, tan verde, tan Youth.

Pero, ¿valdría la pena decir que DIIV es la línea divisoria entre, por ejemplo: el post-punk y el noise rock? Se dice que el post-punk se rebela de la simplicidad cruda y tradicional del punk. Pero, para el gran fundador del noise rock, Thurston Moore, el noise intentaba alejarse del punk-rock por razones similares: la cosa ya se estaba volviendo muy comercial, había que meter más guitarras, más distorsión, y por qué no, pegarlas al amplificador, tal como Adrian Belew lo hacía en sus conciertos con Talking Heads.

En el caso de DIIV los riffs de guitarra no implican una ruptura con el post-punk, por más intensas que sean, todavía suenan limpias y así bajan y suben la misma escala.

Más que una combinación de géneros, la música de DIIV es una combinación de recuerdos, una alusión de épocas. Las guitarras, los bajos, la batería y la voz juegan en sus canciones distintos papeles, dialogan para crear cosas nuevas. Y es inspirador verlos evolucionar, crecer, optar por no meterle mucho reverb a sus tarolas, hacer el bajo un poquito más lento, tomar una guitarra acústica.

Cuando salió Oshin, los vi en un festival con un par de amigos. Tocaron a las once a un grupo de veinte o treinta personas, y yo ahí, en medio del semi slam, intentando reconocer la canción que me gustaba, esa canción que ya los había visto tocar mucho más rápido en YouTube: Doused. Pero las guitarras se confundían, se ahogaban en reverb, la gente en sudor y en algún momento me dije: fuga.

Luego el carro, el carro de aquí para allá. Tenía ganas de DIIV, de clavarme en ese disco que no había escuchado bien, para ser más descriptivos, de descubrir guitarras nuevas, de ver cómo le hacen para lograr tanto con dos o tres melodías, y manejar durante largas horas y darle vueltas al álbum, a la ciudad.

DIIV con un poco de vidrios abajo, cuando el mundo ya estaba casi a punto de despedirse del atardecer. Escuchaba los ruidos de la guitarra y el ruido del viento en la avenida. Al cabo de pocos minutos entendí. Nada de lo que había escuchado se parecía a lo que estaba escuchando. Esa noche la gente se empujaba, bebía, se empapaba de la misma emoción. Y a la semana en aquel carro las guitarras estaban en el aire y de un momento a otro el aterrizaje, el aterrizaje en mi pista. Ahora tenían un significado preciso: aludían a blink 182 y a Joy Division y a tantos otros, pero para nada se sentían así, estas otras bandas me parecían muy lejos, como de una época que ya había pasado y a la que no quería regresar. DIIV me presentaba otro mundo. Era como si me hubieran hablando por teléfono para invitarme a un lugar desconocido y sin pensarlo me había puesto algo y me había apresurado a desayunar algo más y ahora estaba ahí escuchando Oshin: Earthboy. Guitarras como sueños al volante, baterías como montañas, como un paisaje de edificios.

La portada de Oshin, la nueva, es un cuadro con monitos que pudo haber pintado Miró. Hace tiempo un amigo me dijo algo de este pintor. Me dijo que prefería sacar todo su enojo, todo su estrés, pintando. No bares, no alcohol, no pleitos con su mujer. Todo lo guardaba para la obra, la obra como lugar para dejarse caer. Los integrantes de DIIV, en cambio, pasaban momentos turbios, sin embargo, ahí están los monitos: los riffs tan amigables y alegres, tan oscuros y embrujados. Sus canciones me recuerdan a la obra de Miró más que nada por la atención a la ocurrencia, las pequeñas líneas sinceras, como si hubieran sido dibujadas al ahí se va, pero que representan algo de sinceridad. Se trata de pequeños momentos que se toma el artista para hacer algo diferente, para experimentar sin alguien que esté ahí detrás diciendo qué hacer o qué no hacer. En el caso de Miró son figuras o líneas en la soledad de un color rojo, azul, amarillo. En el caso de DIIV se encuentran casi después del coro, pequeños riffs que aparecen y que se van sin cesar. Follow es un ejemplo: después del coro entran unas guitarras que te hacen sentir que no estás en una canción sino en una montaña rusa que puede girar cuando menos lo esperas.

Otras veces estos guiños están al principio. Sometime empieza con unas notas que te empujan a conocer el misterio. Una melodía que te anima a lanzar una mirada a lo desconocido, a echarse un clavado al océano en donde el tiempo va más lento, más rápido, más claro, más frío, pero siempre lleno de color y de vida como un arrecife de guitarra construido por miles de momentos vividos en la oscuridad, en aguas tropicales y en aguas saladas. Estos arrecifes prosperan a pesar de estar rodeados por tiempos que producen pocos nutrientes y son perfectos para bucear, para adentrarse en ellos.

Sin embargo, son sistemas frágiles, sensibles a los cambios de temperatura. Después de Oshin la banda ajustó su formación. El bajista y el baterista fueron reemplazados. La vibra se mantuvo. Y a pesar de las modificaciones, de las drogas, salió en el 2016 Is This Is Are, el segundo álbum de la banda que seguía sintiéndose como en casa. Que seguía teniendo ese olor a mar.

Unos decían: ya tienen una mejor producción, y se notaba. Otros decían que la voz ya sonaba más clara, y era verdad. Los cambios y la estructura, la intención y las melodías tenían más dirección. La batería ya no tenía tanto reverb, se dieron cuenta de que no lo necesitaba. Y las guitarras ya no estaban tan fuertes, sin embargo, estaban presentes y seguían siendo la voz principal.

Tomemos Under The Sun. Empieza con un riff de guitarra inicial, se trata de un acompañante, uno que probablemente nunca deje de sonar. Luego la batería, una batería que avanza en línea recta y traza una carretera. Luego el bajo, un bajo como un carro viajando durante el día. Por último, una segunda guitarra que recuerda al protagonista de la película que está al volante. En esta canción permanecen esos ruidos Belew que se producen al pegar la guitarra al amplificador. Sólo que ahora están ahí para dar pie a un solo de guitarra. Vaya forma de terminar una canción, una forma tan simple y tan corta como un atardecer.

Luego el disco pasa a la rola número tres y el fantasma de Sonic Youth y el fantasma de Miró en la portada como pájaros o nubes o círculos azules parece decir que el misterio de Bent, el enigma de Roy, sigue en pie y puede requerir de un detective. Porque cada caso vuelve con el tiempo y uno piensa: y si intento esto ahora, y si imagino las cosas desde esta perspectiva. Y si intento, por no dejar, ponerle rostro a Roy. Señor Roy, vestido de cocinero, con el gorro blanco en la cabeza, de pie en el umbral, como lo describe Simenon en una de sus novelas, El pasajero clandestino. Tahití, vaya lugar para que una historia se lleve a cabo. La biblioteca de la prepa, el lugar que menos esperaba para encontrar un ejemplar de tantos años.

El personaje principal de la novela, un tal Owen, descansa en la casa mientras la señora Roy va y viene por la casa, vigila la limpieza y saca fundas y almohadas y toallas. Todo en la isla parece normal, todos los tahitianos parecen reírse, divertirse y trabajar de manera natural, excepto Owen, que se pregunta de qué había conversado el señor Roy con aquella persona que buscaba lo mismo que él.

En una parte de la novela, Owen siente que ya está tocando fondo. O casi. Según la letra de Bent (Roi’s song), el narrador lucha contra su mente para mantenerse con vida, pero su cuerpo da una pelea más dura, busca la dosis, busca sentirse bien. Por un lado, Owen con problemas de dinero, en situaciones difíciles, tomándose dos wiskis más que las otras mañanas, dándole vueltas a esa pregunta que intuyó en los ojos de la señora Roy cuando se despidió. Por otro, el final de la letra que anuncia la verdad: cuando te sientes bien es porque ya perdiste la pelea. Todos estos sentimientos no sólo inquietan, sino que duelen.

Pero si se ha creado una cierta relación entre estos dos personajes se debe a una extraña coincidencia. Por ejemplo, difícil olvidar la relación que tuvo Cole con Sky Ferreira, los cargos por llevar consigo algo de drogas. Difícil olvidar, también, la relación que tuvo George Simenon con su esposa y lo mucho que bebían. Y por último, difícil de olvidar Marie-Jo Simenon, la hija tan joven que después de lavar las sábanas una y otra vez, pudo dormir en la cama con una bala en el corazón y un montón de memorias grabadas que dejó en ese cuarto, en ese amor, en ese aburrimiento azul, como lo sugiere el nombre la canción con la voz de esa invitada especial.

Si las guitarras de DIIV siguen teniendo afinidades con ciertos aspectos del post punk, la letra se ha divorciado del movimiento. El post-punk se regocijaba con enamorarse los viernes, con lo maravilloso que era disfrutar el silencio, se deleitaban con lo ambiguo que puede ser el amor cuando sólo quedan fotografías. Pero también se preocupaban por hablar de esa chica que había perdido el control otra vez, en parte, sospecho, porque el post-punk era un movimiento tan verbal que necesitaba de la guitarra para expresar lo que la letra suponía decir. Una guitarra acompañante solo explicaría la letra, una guitarra rítmica sería un adorno. En el post-punk la letra sin la expresión de la guitarra es un arrecife sin vida. Y aquí nos topamos con un problema al tratar de descifrar las canciones de bandas como DIIV. Es claro que las letras van sobre la lucha contra las drogas, el anhelo de volver a respirar el olor de casa. Me pregunto si esto se podría entender sin la ayuda de la letra. Luego escucho ese inicio largo de Mire (Grant’s Song) y digo que sí. O Home, la última de Oshin, que a pesar de que el narrador diga que nunca se tendrá una casa, la voz de la guitarra sugiere un poco de esperanza, como los peces, los abundantes peces que habitan y dan vueltas en un arrecife.

Porque recuerdo que fui un pez, especialmente en el verano del 2017, que vivió en Is this is Are. Luego, cuando llegó Deciever, no sabía qué esperar. En parte porque ya me había alejado un poco de bandas nuevas que tenían la intensión de hablar a través de la guitarra. Pero había vuelto a indagar en otros géneros como el shoegaze: un género que no le tocó a la gente que es de mi generación pero que, curiosamente, volvió a resurgir justo cuando DIIV sacó Deceiver. Por ejemplo, Fender visita el estudio de Kevin Shields, un lugar en medio de un bosque en alguna parte de Irlanda. En el estudio hay guitarras en sus estuches que llevan nombres de las canciones. Se podría decir que hay una Jazzmaster para casi cada canción. ¿Por qué? Atrás de cada guitarra hay una calcomanía con la afinación: d-a-a-a-a-g.

En Deceiver, he reconocido tres fuentes principales que se encuentran en los cimientos de la música de DIIV: post-punk, noise rock y shoegaze. Pienso que es hasta este álbum que se pueden examinar estas influencias para empezar a entender la visión única y el logro de la banda.

Una de las canciones del álbum que me parecen que son estrictamente shoegaze es Like before you were born. Al inicio unas guitarras anuncian la tormenta. La experiencia personal de Cole, una vez más, reafirma que esta vez está más preocupado en el pasado, en un pasado tan loveless con olas de distorsión que te arrastran a sus profundidades en donde uno llega a sentirse querido, abandonado, recuperado: el ciclo de la adicción.

Hay otras canciones en el álbum como Between Tides, que tienen un poco de Grunge. Los riffs tipo Nirvana acompañan el shoegaze que es un tanto más agresivo y denso que el de otras bandas. Entonces, se termina por pensar: ya no son esa banda alegre de antes, ahora importa el presente, la rehabilitación, la experiencia personal, la lucha constante.

Sin embargo, la obsesión de darle vueltas a lo mismo, de insistirle a cierto riff, de hacer ruidos para crecerlo, para hacerlo más embrujado, permanece. En Acheron, la última del álbum, se combinan, antes de que caiga el coro, fuerte lluvia, riffs con distorsión y guitarras limpias. Este es el único disco que tengo de DIIV y es al que más recurro últimamente. Tal vez sea al que le he dado más vueltas.

Los tres discos de la banda tienen esta característica, esta virtud de ser mundos donde uno puede sumergirse y reflexionar, pero también divertirse y salir a flote. No son álbumes que atrapan, ni canciones que son trampas que te ponen de malas, y aunque las letras sean un testimonio de lo que muchos han vivido, de los amores que se han perdido, del tiempo que puede llegar a pasar sin ver a alguien que muy en el fondo se estima, las guitarras no sólo son la prueba de que se ha vivido, sino de que aún se vive. Por eso cuando salió el E.P. del cuarto álbum de la banda lo primero que me pregunté fue por el tipo de guitarras que iba a tener. La portada roja. El título tan raro, como siempre. Lo descargué. Abrí la puerta del carro, conecté el bluetooth, le subí a una Soul-net y me alegré al encontrar un montón de colores, una cantidad abundante de vida en el arrecife.

Manejaba y el narrador decía que ya no tenía miedo a vivir, que ha vivido a través del dolor, mientras yo me sumergía entre las olas y veía los diferentes tipos de vida a mi alrededor: peces y tiburones, anguilas y estrellas de mar, arrecifes de guitarra, de vida.

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